Siempre he sentido que las emociones son como pequeñas ventanas hacia lo que llevamos dentro. Durante mucho tiempo, intenté ignorar algunas de ellas porque me incomodaban o no sabía qué hacer con ellas. Pero con el tiempo, y gracias a lo que estoy aprendiendo, me he dado cuenta de que entenderlas y darles espacio cambia por completo la forma en que vivimos.
No se trata de controlarlas ni de evitar sentir. Se trata de escucharlas, aprender de ellas y dejar que cumplan su propósito. Estas son algunas de las cosas que me han ayudado a conectar con mis emociones y hacerlas parte de mi día a día.
Reconocer lo que siento, sin juzgar
A veces, la parte más difícil es admitir lo que sentimos. Hay días en los que me descubro intentando “justificar” por qué estoy triste o enfadada, como si necesitara una razón válida para sentir. Pero las emociones no necesitan permiso, simplemente están ahí.
Lo que hago ahora es detenerme un momento y preguntarme: “¿Qué estoy sintiendo?” No trato de juzgar ni de encontrar una explicación inmediata, solo me permito observarlo y darle un espacio. Reconocer lo que siento, sea lo que sea, ha sido el primer paso para vivirlo con más calma.
Escuchar el mensaje detrás de cada emoción
Algo que me ha cambiado la perspectiva es pensar que las emociones tienen algo que decirme. Por ejemplo, cuando siento miedo, me pregunto qué es lo que realmente me preocupa. Cuando estoy enfadada, trato de identificar qué límite se cruzó o qué expectativa no se cumplió.
Me he dado cuenta de que todas las emociones tienen un mensaje, aunque a veces sea difícil descifrarlo. Y cuando logro escucharlas, puedo tomar decisiones más conscientes y cuidadosas conmigo misma.
Dejar de luchar contra ellas
Hubo un tiempo en el que intentaba no sentir. Reprimía el enojo, escondía la tristeza y me forzaba a estar bien, incluso cuando no lo estaba. Pero ignorar una emoción no la hace desaparecer. Solo se queda ahí, esperando el momento de salir con más fuerza.
Ahora trato de no huir. Si estoy triste, lo acepto. Si algo me duele, lo dejo ser. Al principio, parecía que me rendía, pero en realidad, aprendí que sentir es parte de sanar.
Crear espacio para sentir
Algo que me ha servido mucho es dedicar tiempo para conectar con lo que siento. Puede ser algo tan simple como tomar un café en silencio, escribir en mi cuaderno o simplemente cerrar los ojos y respirar.
Permitirnos sentir no es fácil. A veces da miedo, a veces duele. Pero cada vez que lo hago, me siento más ligera, como si soltar todo lo que llevo dentro me ayudara a avanzar.
Agradecer incluso las emociones incómodas
Sé que suena extraño, pero he aprendido a estar agradecida por todas mis emociones, incluso las que me incomodan. La tristeza me ha enseñado a valorar los momentos de alegría, y la frustración me ha mostrado que soy capaz de superar obstáculos.
No siempre lo veo así en el momento, pero con el tiempo me doy cuenta de que incluso lo que parece negativo tiene un propósito.
Entender las emociones no significa que la vida se vuelva perfecta. Hay días buenos y otros no tanto, pero ahora sé que cada emoción tiene su lugar y su función. He aprendido que no necesito tener todas las respuestas, solo escucharme, permitirme sentir y seguir adelante.
Y tú, ¿cuándo fue la última vez que te diste permiso para sentir de verdad?
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